Helena Lanza reivindica su cuerpo, se rebela contra los cánones de belleza que atacan la autoestima de las mujeres y que las esclaviza de forma perversa en su intento por ser y parecer el tipo de mujer que impone la sociedad actual. Hay que ser perfecta, hermosa, de piernas largas y pechos perfectos, con dientes blanco y perfectamente alineados, melena, etc., siendo un imposible conseguir el objetivo final. Pero, ¿cuál es la razón por la que personas adultas (y no tan adultas) e inteligentes se someten a todo tipo de tratamientos, regímenes, cremas, etc., para conseguir la mejor imagen? Seguramente porque la presión social se ejerce sobre las mujeres desde que nacen y durante todo su vida, y en todas las parcelas de la sociedad, así que es fácil que la autoestima resulte dañana…

Pero la belleza, la verdadera belleza (no la marcada por la superficialidad de nuestra sociedad), se abre camino al igual que la vida, y se siente a nuestro alrededor gracias a las personas que nos quieren y nos respetan por lo que somos, y claro está, por el respeto que nos debemos a nosotr@s mism@s. Por todo ello, Helena Lanza utiliza su cuerpo, en particular, sus pechos, para demostrar que la belleza esta en todas partes y para ello da vida a Romeo y Julieteta.

La historia de Romeo y Julieteta que se representa no es lo importante, Helena Lanza se pinta en los pechos dos caras frente a los espectadores y ya tenemos a los dos protagonistas. A partir de ahí, nos presenta una mini historia que representa el momento final de sus vidas (las de Romeo y Julieteta), de forma graciosa, sencilla y casi infantil pero, la historia podría ser esa o cualquier otra, y la parte del cuerpo, los pechos o cualquier otra parte, eso no es lo importante. Lo importante es que ella siente la necesidad de reivindicarse ante el público y eso es lo que hace, demostrando que es una actriz versátil y con recursos, ayudándose con el texto y la dirección de Alfredo Sanzol, en un espectáculo de aproximadamente veinte minutos.